EL CUBO DE
LECTURA BPP
SOBRE EL
RUIDO DE LAS COSAS AL CAER
(15 DE NOVIEMBRE DE 2013)
La Colombia violenta irrumpe en algunas páginas de esta novela, una época de zozobra, el espejo de lo que somos, ¿cómo ignorarlo? La historia se repite incansablemente, estamos condenados, imposibilitados para olvidar. Juan Gabriel Vásquez, documenta de manera íntima y novelesca un pasado colombiano lúgubre. La búsqueda del pasado que complementa el presente de un personaje trastornado a consecuencia de la muerte de un amigo. La pregunta de sí mismo se resuelve en parte a través de otros, la necesidad de volver al pasado infinidad de veces con el objetivo, con la necesidad de contar, de decir algo.
Lo
simple, lo predecible aparece como conjetura, ¿será posible que lo que pensamos
al inicio se convierta en el final? Juan Gabriel Vásquez, carece de un estilo
característico, es decir, que lo diferencie de los demás, o mejor aún, ¿el
parecerse a los otros es su estilo? Estas inquietudes llenan el aire.
Acostumbrados a otros estilos, no hemos podido maravillarnos, sin embargo, hay
momentos maravillosos en estas páginas, quisiéramos que fueran más, pero la
vida nos niega ese placer por ahora. Este libro está cargado de un estilo
impersonal, poco característico en este autor. Nos sumergimos en la sociedad
bogotana con los detalles del libro, La Dorada, el calor y el frío que
circundan estas dos ciudades, las gentes y sus costumbres… decidimos tomar una
ducha y continuar la conversación luego…
El
ruido de las cosas nos inquieta, sucumbimos entre palabras y ficciones, nos
preguntamos si todo esto es real o no. ¿Laverde es un personaje que caminó
entre las paredes de la Candelaria? ¿O es únicamente ficción? ¿Quisiéramos
preguntarle a Juan Gabriel V, si las cartas de Elena pertenecieron a alguien, a
otra Elena…o a otra Maya que decidió quedarse cerca al Magdalena acompañada de
miles de abejas y dudas “hoy no quiero dormir sola” diría Maya. Huyendo de nosotros
mismos terminamos solos, o acaso Antonio no huye y por el contrario su búsqueda
lo acerca aún más; pero cuando dos personas que huyen de si, se encuentran…
¿Para qué indagar por el padre que murió hace 20 años y que inesperadamente
está vivo y luego está muerto? ¿Tantas mentiras, para qué, cuál es la verdad, o
acaso no hay verdad? Maya se aferra a sus recuerdos, a las cartas de su madre,
a las noticias de la muerte, a la cinta que une la vida y muerte de tres
personas, unidos todos por el ruido de las cosas que caen, el miedo de saber
que el avión no llegará a su destino.
Nos
preocupa el tono, lo poco desparpajado para hablar sobre el narcotráfico, o
acaso nos acostumbramos a los relatos exacerbados, a la sangre, a la muerte que
aducimos a una época en que el ruido de las bombas nos desvelaba, o somos otros
y queremos olvidar los muertos, el olor a carne quemada, el ruido de los niños
llorando, de la mirada perdida, el miedo al ruido de las cosas.
¿Cuándo
olvidamos querer a los otros? “Supe que nunca volvería a querer a nadie como
quise a Leticia en ese instante, que nadie nunca sería para mí lo que allí fue esa recién
llegada, esa completa desconocida.” p. 65.
¿Cuándo nos volvimos egoístas, o siempre lo fuimos? Antón termina siendo para
nosotros contradictorio, es el reflejo de lo que somos, ambivalentes, llenos de
máscaras (las máscaras son necesarias, alguien comenta), creo que afuera hay
personas que no llevan mascaras. Me gustan las máscaras de ojos grandes, que no
tienen bocas, intento leer sus ojos e imaginar su voz, detrás de la máscara sin
boca hay una voz, el ruido de la máscara me despierta y recuerdo que Antón
tiene una cicatriz en su cuerpo que lo llena de miedo; el padre de Laverde llevaba una en la cara,
una máscara que no se puede quitar, mascara de dolor, recuerdo en que
fallecemos.