HA JIN
DESPOJOS DE GUERRA
EDITORIAL: TUSQUEST
(COLECCIÓN ANDANZAS), 2007
Sus palabras me evocaron una horrible imagen de la que no había
conseguido librarme, la idea de que la guerra era un enorme horno alimentado
por los cuerpos de los soldados”[1] Despojos de guerra. Ha Jin. p. 92
Las guerras no deberían existir, sin embargo somos
impotentes frente a fuerzas que nos superan. Vemos morir miles, a muchos ya no
les importa. Nos acostumbramos a la cercanía de la muerte como a los malos olores,
a la idea de que nos aman incondicionalmente sin hacer nada para merecerlo. La
vida vista así, se vuelve una caricatura donde todo es permitido. Recordemos a
los chiquillos jugando con huesos humanos, porque no hay energía para enterrar
a los millones de muertos de una guerra[2]
o los niños que deciden comer carbón como la cosa más sabrosa, tanto que los
adultos sucumben a su exquisitez[3].
Cómo olvidar el niño que roba comida a los soldados norteamericanos y que vive
escondido junto a su hermana en una cueva que será su tumba[4].
Nos sentimos incómodos frente a la historia contenida en “Despojos de Guerra”
de Ha Jin, porque un hombre que asesina a otro no puede ser más que un loco.
“Pero tampoco el bando de la ONU había escatimado nada en
su ofensiva psicológica. Las carreteras por las que pasábamos estabas cubiertas
de octavillas lanzadas por los aviones estadounidenses, impresas tanto en chino
como en coreano, en las que se nos recomendaba la rendición. En una de ellas
podía leerse un antiguo pareado: ¡qué pena dan los esqueletos junto a la
orilla, soñando con la novia de maravilla¡ Otra reproducía un grabado en el que
la mujer joven miraba hacia el horizonte desde la ladera de una montaña a la
espera de que regresara su hombre. Se nos prohibió que cogiéramos las
octavillas. Muchos se las guardaron igualmente en los bolsillos para liarse
cigarrillos o utilizarlas como papel higiénico, a pesar de que si echabas un
vistazo a esas hojas, tanta tristeza que te embargaba el pecho te partía el
corazón”. p.26
Adentrarse en la guerra de Corea a través de los ojos de
Ha Jin, nos obliga a vivenciar como muchos de los soldados chinos mueren
olvidados o son obligados a combatir en condiciones deplorables: sin comida,
sin ropa adecuada, más aún, cuando regresan a China a pesar de su persistencia
en los campos de prisioneros, son abofeteados y se les da la espalda por haber
sobrevivido. Para el régimen es inconcebible que sus soldados sean capturados
vivos, lo correcto abría sido que se hubieran suicidado o muerto en combate.
Sin reticencias Ha Jin nos muestra una
China comunista que trata a sus combatientes como canicas, piezas sustituibles,
números sin rostro, que pese a ser fieles a una idea, resultan útiles o no de
acuerdo a la estrategia que propugne su nación.
“A su lado había un cuenco grade de calabaza y una niña
pequeña, de cuatro o cinco años, a la
que habían cortado el pelo recto por encima de las orejas. La niña tenía en las
manos un montón de saltamontes ensartados por la boca a una caña. De vez en
cuando se separa de su madre para cazar un saltamontes. Por un momento me perdí
en los recuerdos de mi infancia, cuando mis amigos y yo íbamos al monte a cazar
insectos y luego los freíamos y nos los comíamos. Los que más nos gustaban eran
las cigarras y los saltamontes”. p. 179
La guerra exacerba el lado más oscuro del ser humano. Con
el trato humillante y despiadado, quedan reducidos a animales o menos que eso.
Aunque paradójico, pese a todo, la guerra también expone la humildad de los
corazones humanos, lo vemos en la escena en que cinco soldados chinos que
llevan varios días sin comer, se resisten a tomar por la fuerza los alimentos
de cuatro mujeres coreanas que están solas. Esto muestra indiscutiblemente, que
para muchos el gesto de humanidad sobrevive en algunos pese al maltrato, aunque
la espera y la firme convicción de ganar la guerra mengüen la dignidad y el
valor que le damos a la vida.
[1] JIN, Ha. Despojos de guerra. Barcelona : Tusquest Editores, 2002.
[2] OÉ, Kenzaburo. La presa; traducción del japonés de Yoonah Kin con la colaboración de Joaquín Jordá . Barcelona : Editorial Anagrama, 1994.
[3] YAN, Mo. Rana: Editorial Kailas,
[4] NOSAKA, Akiyuki. La tumba de las luciérnagas. Barcelona : Editorial Acantilado, 1999.