Hablar de poesía es siempre
complejo y más aún de un poeta como Santiago Rodas quien se presenta como algo
o alguien indeterminado, “pues es muy difícil tener una certeza de nada. Uno es
tal vez pasado, cada vez que publico algo también muere algo en mí.” Dice Santiago.
Lo que sí es claro, es que Santiago Rodas tiene una inquietud estética, es
decir, una pregunta por cómo escribe y eso que parece una obviedad es en muchos
casos lo que menos se preguntan quienes escriben o intentan escribir poesía. El
poema es inspiración dirán algunos ingenuos, no necesito leer poesía porque mi
creación es única dirán otros. Santiago habla de su búsqueda y se remite a Luis
Vidales, aquél poeta colombiano mencionado por Borges y que al igual que
Santiago tenía una búsqueda estética que lo separó del canon poético del
momento y lo inscribió en las vanguardias; tal vez por eso lo referenció
Borges, porque Luis Vidales en su momento intentó lo que Santiago, encontrar
una voz propia, a veces contradictoria con eso que conocemos como poema, pero
valida en cuanto a búsqueda y experimentación. Leamos un poema de Santiago y me
dicen que piensan.
Solo
es posible este momento
Ves hombres en moto
de bajo cilindraje con
morrales Totto de mujer
en sus espaldas.
Caminas al lado de dos venezolanos
que venden arepas
y fuman cigarrillos mentolados,
hacen fuerza excesiva en sus chupadas.
Alguien te grita un apodo
que solo saben los amigos
de tu infancia y
no volteas.
Los vendedores de dulces
te ofrecen cocaína y marihuana,
a veces en un inglés maltrecho.
El río que parte la ciudad
arrastra colchones, microondas,
pedazos de gente y gente entera.
Alguien te pide dinero
para llevarle leche a sus hijos
ante tu negativa agacha la cabeza,
escupe dos veces en el piso.
Un policía te cuenta su infancia
como vendedor de pieles de tigrillo.
Una indígena emberá amamanta a su hijo en la calle,
su otro hijo te extiende la mano,
te dice: moneda.
En el centro te entregan un volante
impreso a una tinta con la frase
descubra la causa o el motivo de sus fracasos.
de bajo cilindraje con
morrales Totto de mujer
en sus espaldas.
Caminas al lado de dos venezolanos
que venden arepas
y fuman cigarrillos mentolados,
hacen fuerza excesiva en sus chupadas.
Alguien te grita un apodo
que solo saben los amigos
de tu infancia y
no volteas.
Los vendedores de dulces
te ofrecen cocaína y marihuana,
a veces en un inglés maltrecho.
El río que parte la ciudad
arrastra colchones, microondas,
pedazos de gente y gente entera.
Alguien te pide dinero
para llevarle leche a sus hijos
ante tu negativa agacha la cabeza,
escupe dos veces en el piso.
Un policía te cuenta su infancia
como vendedor de pieles de tigrillo.
Una indígena emberá amamanta a su hijo en la calle,
su otro hijo te extiende la mano,
te dice: moneda.
En el centro te entregan un volante
impreso a una tinta con la frase
descubra la causa o el motivo de sus fracasos.
Los terrenos baldíos de tu
adolescencia
te los cambiaron
por edificios con apartamentos de
50 metros cuadrados.
Las estrellas se han ido
pero las luces de las casitas en
las montañas intentan remplazarlas.
Cristianos exdrogadictos se montan en los
buses y te venden lapiceros de mala calidad,
hablan en plural pero andan solos.
Un hombre disfrazado de Spiderman
corre por La Playa hacia Boston, algunos
dicen: cójalo, cójalo, ladrón.
Andas por cada calle con la certeza
de que nada va a volver a ser igual
que todo cambia a un ritmo que rebasa
tu comprensión,
que solo
es posible este momento
en el que vagas y dejas
que cada cosa que ves
ocupe gradualmente
su lugar en el mundo.
te los cambiaron
por edificios con apartamentos de
50 metros cuadrados.
Las estrellas se han ido
pero las luces de las casitas en
las montañas intentan remplazarlas.
Cristianos exdrogadictos se montan en los
buses y te venden lapiceros de mala calidad,
hablan en plural pero andan solos.
Un hombre disfrazado de Spiderman
corre por La Playa hacia Boston, algunos
dicen: cójalo, cójalo, ladrón.
Andas por cada calle con la certeza
de que nada va a volver a ser igual
que todo cambia a un ritmo que rebasa
tu comprensión,
que solo
es posible este momento
en el que vagas y dejas
que cada cosa que ves
ocupe gradualmente
su lugar en el mundo.
Santiago
Rodas
La poesía entonces no es un
único registro ni un solo tema, son múltiples registros, es decir, formas de
abordar esos mismos temas. Santiago Rodas es sobre todo alguien que se pregunta
por su registro, por la forma de este. De allí que ese registro como él lo
llama vaya cambiando entre libro y libro. Su primer libro no se parece mucho a
Plantas de sombra (tercer libro publicado). Todo es válido o no, lo que sí es
claro es la manera como la voz va cambiando, se transforma, adquiere otro
brillo, otro cuerpo, incluso se llena de silencio, nos golpea, nos tiñe de azul
la mirada porque se esconde entre palabras.
Los poemas de Santiago están
inmersos en la cotidianidad, qué es eso de la cotidianidad, pues tenemos que
leer esos poemas para ver atravesadas las calles, los muros, la ciudad, las
cervezas, las tiendas, la lluvia, los buses, el humo de las fábricas, la
televisión, la música, todo eso que llamamos ciudad, los urbano, lo cotidiano,
de esto que llamamos país, la violencia, el olvido, las masacres, el humo de
los cadáveres sin nombre. De allí beben este tipo de poemas, de allí bebe
Santiago, además de cerveza, claro está. Se bebe la ciudad en pequeños sorbos
que luego vomita en poemas. Esos poemas nos tocan porque caminamos esas mismas
calles, deambulamos este mismo territorio y no vemos, o evitamos ver todo eso
que nombra Santiago. El poeta se entrena para ver, mientras nosotros por el
contrario caminamos ciegos frente a nuestras narices.
La poesía de Santiago
intenta escaparse a las ataduras de lo que pensamos es poesía, de allí la importancia
de su voz, pues poetas que se escapan a lo institucional terminan relegados al
olvido como por ejemplo lo fue Helí Ramírez, este poeta de Castilla que inoculó
su poesía de la palabra cotidiana, del parlache, para hablar de las calles que
caminaba, de lo que sentía, solo algunos años antes de su muerte vieron valor
en eso que ya lo tenía, por el azar de la vida, por el azar de quienes publican
libros de poesía en las universidades, por azar de quien vio valor allí donde
nadie más lo quiso ver.
El cielo en la noche
En los noventa la ciudad ardía de explosiones, carros bomba, balaceras, policías con la cabeza a sueldo, masacres. Pero nada de eso nos importaba a mi madre, a hermana y a mí cuando nos subíamos en el techo de la casa de mi tía, cobijas en mano, empezábamos a contar las estrellas y a relatar historias de ovnis y de espantos hasta que era hora de regresar a casa a rezar un padre nuestro y dormir sin más.
Estamos seguros que Santiago
no tendrá ese fin, ya sus libros de poemas se van agotando, son difíciles de
conseguir, esperamos nuevas ediciones, nuevos libros, para ver, para escuchar
la voz siempre cambiante de este joven poeta colombiano.