LAS HORAS MUERTAS
EXPELEN SU OLOR A TEDIO
El aburrimiento penetra lentamente las paredes de
mi cuarto, sus grietas, sube a través de los dedos y se confunde con el sabor a
tierra de las horas muertas sobre la cama. Suenan gotas de lluvia tras la
ventana, allí solo veo bruma, y
ese frío helado del tedio penetrando la piel. Claro, ella no llega y tal vez se
olvidó de la hora. Ana está en todo, la veo en cada rostro de mujer que pasa,
la veo al final de la esquina, en el Metro, en el restaurante, pero no llega. Imagino
que el gallinazo en el techo viene a buscar las horas que expelen su olor a
tedio. Una pequeña luz se enciende y veo a Bernarda, ese personaje de uno de
los cuentos de José Ardila, o tal vez la imagino. Quiero preguntarle si es
verdad lo que se cuenta de ella, si en realidad está muerta.
Este libro de José Ardila está dividido en cuatro
partes y tres formas del tedio. La familia es una forma de esa masa informe que
sigue trepando, ahora por el cuello, duele, es pesada, maloliente, gotea
su forma oscura. Se esparce hasta provocar el vómito, o acaso esa imagen
se cuela tras mis ojos como cientos de pequeños gusanos y veo, o creo ver que
el tedio tensa la cuerda entre la madre y su pequeño hijo que sufre. Pasan
cientos de horas y crece como una enredadera hasta que su soledad llena la
habitación completa al lado de su madre. Papá ya no recuerda cómo hablarle a su
hijo, Aló, Aló, dice en un intento de soslayar la distancia, Aló, Aló, ¿Por qué
no le cuelga, por qué no desecha la voz torpe de su padre tras el teléfono?
Imposible deshacer el vínculo, el recuerdo de que aún es su padre.
José logra crear un pequeño universo donde la
realidad se va fundiendo, se amalgama con esa atmosfera de la ficción, donde
todo es posible. Quedan un montón de inquietudes, dudas, datos faltantes, que
adentran al lector en la historia como un personaje más que intentan abrir la
puerta, subir las escaleras, gritar, en fin, todo lo que sea posible para
escapar al tedio, para saber si Ana va a volver, para intentar llegar temprano
al trabajo, para escapar de una casa infestada de gatos.
En esta primera parte en el libro de José Ardila,
el tema de la familia junto con todos sus desaciertos flota entre una serie de
cuentos que recuerdan las tensiones, las situaciones no resueltas, la
dificultad que engendra pertenecer, hacer parte de una familia, ser hijo,
padre, madre, hermano.
Ana, ¡llámame!, ¡háblame!, ¡mírame!, ¡recuérdame!
La segunda parte del Libro del Tedio abre sus ojos oscuros a una de las
formas del tedio más potente: El amor. Ana es ese personaje que encarna la Ana
(el amor) de todos. El amor nos invita a compartir espacios con desconocidos,
Ana es en principio la frase de Borges “verla no daba sueño” y esa frase está
soldada al recuerdo. No quiero mirar a Ana y quedar preso del hastío, del
tiempo. Tal vez fue mejor quedarse en el andén a esperarla, así puedo seguir
imaginando su olor, su cabello largo, su piel blanda, sus besos, su cuerpo, el
sabor de sus ojos. Ana es ajena a esta invención, dicen que es feliz, con su
esposo, sus hijos, su casa. Todo eso intuimos de los cuentos en donde esta
mujer aparece casi que como imagen ingrávida, no sabemos si existe o es
invención, sueño, del personaje que sufre o padece su ausencia.
El amor como forma de tedio se camufla de muchas
formas; en esos asuntos que acompañan a las personas que amamos, como un polo a
tierra en formalismos, la mudanza, la ida al cine, la comida, el tiempo en el
baño, la espera.
¡No,no, no, no, no puedo salir de aquí, este
tumulto y esa voz pidiendo no apretar botones me desespera! ¿Y la idea del
triunfo, del éxito que me vendió esta ciudad, este país, la universidad, qué?
Nadie dijo que fuera a ser fácil.
Asfixiado, sofocado por el olor del tedio, el calor
de la soledad entre la multitud, las horas perdidas, intento abrir
espacio para respirar y entrar en la tercera parte del libro (de las formas del
tedio), el recuerdo de Ana se arrastra, agazapado, escondido, oculto.
Yaaaaaa... logro respirar, e intento olvidar a Ana… ahora, sí… les puedo seguir
contando: La tercera forma del tedio en el libro es El trabajo. Esta tercera
parte trae algo interesante, y es una historia que ocurre en el Metro, el
sonido de esa vocecita que anuncia las estaciones moviliza el libro que tengo
entre las manos y decido bajarme en esta estación para colocarme la pijama y
entrar en el centro comercial y olvidar, escapar de eso que soy o intento ser.
Alguien grita mi nombre !John¡ !John¡ corro, finjo no escucharlo. Y es que esta
última forma del tedio, me lleva a recordar los nervios del primer trabajo,
pero también la necesidad, la suposición de necesitar, de convivir, de intentar
no ignorar, de evitar ignorar a los compañeros de trabajo, al jefe, al
interventor. De intuir que los demás también sienten ese nerviosismo, que
tienen también la necesidad de escabullirse, de escapar, de ocultarse, de
quedarse en silencio, de solo mirar.
El libro del tedio es
una pequeña joya, un conjunto de cuentos que desborda imaginación, técnica
narrativa, sencillez, todo eso que es tan difícil de lograr y que me recuerda
lo que un escritor tal vez dijo: “un buen cuento es como un buen traje al que
no se le ven las costuras” las costuras en este caso equivalen a la técnica
narrativa, que está tan bien trabajada que nos sorprende, pasa de manera sutil
sin levantar sus patas.
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