martes, 30 de julio de 2019

CONVERSANDO CON SANTIAGO RODAS




Hablar de poesía es siempre complejo y más aún de un poeta como Santiago Rodas quien se presenta como algo o alguien indeterminado, “pues es muy difícil tener una certeza de nada. Uno es tal vez pasado, cada vez que publico algo también muere algo en mí.” Dice Santiago. Lo que sí es claro, es que Santiago Rodas tiene una inquietud estética, es decir, una pregunta por cómo escribe y eso que parece una obviedad es en muchos casos lo que menos se preguntan quienes escriben o intentan escribir poesía. El poema es inspiración dirán algunos ingenuos, no necesito leer poesía porque mi creación es única dirán otros. Santiago habla de su búsqueda y se remite a Luis Vidales, aquél poeta colombiano mencionado por Borges y que al igual que Santiago tenía una búsqueda estética que lo separó del canon poético del momento y lo inscribió en las vanguardias; tal vez por eso lo referenció Borges, porque Luis Vidales en su momento intentó lo que Santiago, encontrar una voz propia, a veces contradictoria con eso que conocemos como poema, pero valida en cuanto a búsqueda y experimentación. Leamos un poema de Santiago y me dicen que piensan.







Solo es posible este momento

Ves hombres en moto
de bajo cilindraje con
morrales Totto de mujer
en sus espaldas.
Caminas al lado de dos venezolanos
que venden arepas
y fuman cigarrillos mentolados,
hacen fuerza excesiva en sus chupadas.
Alguien te grita un apodo
que solo saben los amigos
de tu infancia y
no volteas.
Los vendedores de dulces
te ofrecen cocaína y marihuana,
a veces en un inglés maltrecho.
El río que parte la ciudad
arrastra colchones, microondas,
pedazos de gente y gente entera.
Alguien te pide dinero
para llevarle leche a sus hijos
ante tu negativa agacha la cabeza,
escupe dos veces en el piso.
Un policía te cuenta su infancia
como vendedor de pieles de tigrillo.
Una indígena emberá amamanta a su hijo en la calle,
su otro hijo te extiende la mano,
te dice: moneda.
En el centro te entregan un volante
impreso a una tinta con la frase
descubra la causa o el motivo de sus fracasos.
Los terrenos baldíos de tu adolescencia
te los cambiaron
por edificios con apartamentos de
50 metros cuadrados.
Las estrellas se han ido
pero las luces de las casitas en
las montañas intentan remplazarlas.
Cristianos exdrogadictos se montan en los
buses y te venden lapiceros de mala calidad,
hablan en plural pero andan solos.
Un hombre disfrazado de Spiderman
corre por La Playa hacia Boston, algunos
dicen: cójalo, cójalo, ladrón.
Andas por cada calle con la certeza
de que nada va a volver a ser igual
que todo cambia a un ritmo que rebasa
tu comprensión,
que solo
es posible este momento
en el que vagas y dejas
que cada cosa que ves
ocupe gradualmente
su lugar en el mundo.
Santiago Rodas

La poesía entonces no es un único registro ni un solo tema, son múltiples registros, es decir, formas de abordar esos mismos temas. Santiago Rodas es sobre todo alguien que se pregunta por su registro, por la forma de este. De allí que ese registro como él lo llama vaya cambiando entre libro y libro. Su primer libro no se parece mucho a Plantas de sombra (tercer libro publicado). Todo es válido o no, lo que sí es claro es la manera como la voz va cambiando, se transforma, adquiere otro brillo, otro cuerpo, incluso se llena de silencio, nos golpea, nos tiñe de azul la mirada porque se esconde entre palabras.




Los poemas de Santiago están inmersos en la cotidianidad, qué es eso de la cotidianidad, pues tenemos que leer esos poemas para ver atravesadas las calles, los muros, la ciudad, las cervezas, las tiendas, la lluvia, los buses, el humo de las fábricas, la televisión, la música, todo eso que llamamos ciudad, los urbano, lo cotidiano, de esto que llamamos país, la violencia, el olvido, las masacres, el humo de los cadáveres sin nombre. De allí beben este tipo de poemas, de allí bebe Santiago, además de cerveza, claro está. Se bebe la ciudad en pequeños sorbos que luego vomita en poemas. Esos poemas nos tocan porque caminamos esas mismas calles, deambulamos este mismo territorio y no vemos, o evitamos ver todo eso que nombra Santiago. El poeta se entrena para ver, mientras nosotros por el contrario caminamos ciegos frente a nuestras narices.




La poesía de Santiago intenta escaparse a las ataduras de lo que pensamos es poesía, de allí la importancia de su voz, pues poetas que se escapan a lo institucional terminan relegados al olvido como por ejemplo lo fue Helí Ramírez, este poeta de Castilla que inoculó su poesía de la palabra cotidiana, del parlache, para hablar de las calles que caminaba, de lo que sentía, solo algunos años antes de su muerte vieron valor en eso que ya lo tenía, por el azar de la vida, por el azar de quienes publican libros de poesía en las universidades, por azar de quien vio valor allí donde nadie más lo quiso ver.


El cielo en la noche

En los noventa la ciudad ardía de explosiones, carros bomba, balaceras, policías con la cabeza a sueldo, masacres. Pero nada de eso nos importaba a mi madre, a hermana y a mí cuando nos subíamos en el techo de la casa de mi tía, cobijas en mano, empezábamos a contar las estrellas y a relatar historias de ovnis y de espantos hasta que era hora de regresar a casa a rezar un padre nuestro y dormir sin más.


Estamos seguros que Santiago no tendrá ese fin, ya sus libros de poemas se van agotando, son difíciles de conseguir, esperamos nuevas ediciones, nuevos libros, para ver, para escuchar la voz siempre cambiante de este joven poeta colombiano.

miércoles, 20 de marzo de 2019

SOBRE EL CINE ERA MEJOR QUE LA VIDA





El cine era mejor que la vida recorre esa búsqueda incesante por el sentido, “darle sentido a la existencia”, el personaje central de la historia Mejía “niño” nos va introduciendo lentamente en su búsqueda personal a través de sus recuerdos. La primera escena de esta historia nos introduce en la oscuridad, ese asunto solitario que es el cine. El encuentro con la pantalla abre el telón al ensueño. La ensoñación como una forma de sentido a la existencia. Mejía “niño” tiene su atención puesta en los amores platónicos que lo miran desde la pantalla, le guiñan sus ojos, lo enamoran. Pero también aguza su mirada para nombrarnos la abnegación de su madre Laura, la torpeza de su padre Mejía, las virtudes de su tía abuela quien le insufla un aire de aventura, de fantasía, a través de cientos de lecturas que le va regalando. Las historias de piratas y esos mares por donde navegan los corsarios de Emilio Salgari no desentonan con el mar que envuelve el mito de Evalú y el agua que lo cobija, agua a veces salada, a veces dulce, pero igual de móvil, de peligrosa, cuando se navega sin brújula rumbo a la catástrofe. Y es que esta historia está plagada de mujeres, esas que sostienen el hogar, la familia, pero que se esconden en la trastienda y que su ausencia derrumba lo que está alrededor. Evalú en cambio es la mujer mítica, el ideal platónico que no existe.

La literatura dirá Juan Diego Mejía, es la posibilidad de modificar la realidad. Cuando Laura sueña con ir al Hotel Nutibara a ver a Matilde Diaz con Lucho Bermúdez; se da la oportunidad de hacer eso que en la realidad nunca hizo. Laura aparece soñando con la mujer que desea ser y no es. Laura se enfrenta al mito, va a conocer a Matilde Díaz, y le sucede lo mismo que a todos quienes le quitan la máscara, ven al otro como realmente es, es decir, un ser humano falible, igual que cualquiera. De allí la belleza de la ensoñación, pues le permite escapar a su realidad. Eso que hace Laura en la novela a través de ese sueño, es lo mismo que hace Mejía “niño” a cada página, puede ganar los partidos de fútbol que siempre perdió o besar a la niña que en la realidad le fue esquiva por su timidez. La literatura entonces también puede ser un mecanismo para destruir la timidez y paliar la realidad a veces aburrida, a veces carente de sabor.




LAS MUJERES

Las mujeres en este libro son un poco de esto y lo otro. Por un lado Laura, por otro Evalú que aparece como la mujer mítica, es decir, la invención, el amor platónico si se quiere, que va a ser eso siempre, inalcanzable. Para reforzar la idea, Mejía al abandonar a Laura en su búsqueda llega a un pueblo, tal vez Puerto Berrío, después de buscarla varios meses; cuando la tiene a unos metros, cuando ya comienza a escuchar su voz, esa voz ausente hace diez años, decide retirarse, dejarla en el recuerdo. Pues, la ilusión desfallece cuando miramos de frente al recuerdo. Esas idealizaciones del otro, en este caso de Evalú atraviesan la novela, y a los demás  personajes “desde los ojos de Mejía”, la idea de Evalú los molesta, los acosa, les incomoda. Tal vez Evalú va más allá del mito, termina representando la libertad, la mujer libre y eso la hace tan atractiva; de allí que Mejía quiera encontrarla e intente poseerla, pero equivocado logrará entender su imposible, pues la libertad no puede encerrarse en una casa. De allí lo atractivo del mito, pero Laura al igual que Mejía “niño” logran desenmascarar, aniquilar, dejar de lado esa imagen ahora polvorienta, olvidada en algún pueblo apartado y caluroso frente al mar.

El melancólico Mejia, además alcohólico, tiene su apoyo en Laura, ese pilar lo sostiene al punto que detiene su caída. La huída de Mejía en la búsqueda de Evalú no es más que un irse para regresar. A veces tenemos que dar un paso al costado para volver, con más fuerza, con otra mirada, precisamente al lugar donde somos queridos.

El cine era mejor que la vida nos da la posibilidad de asistir a una película que se va narrando escena tras escena a través de las palabras de Juan Diego. Cosas como las cartas a los amores platónicos y la traición de los amigos quienes dan a conocer esas cartas nos detonan la rabia, a veces la risa. La escritura entonces nos detona un asunto bien particular y es la relación con las personas, los seres humanos adscritos a un tiempo determinado, pero también, la literatura como ese mecanismo para expresar las pasiones de eso que somos ahora, pues las pasiones no prescriben.




TRANSICIÓN NIÑO HOMBRE

Mejía “niño” se despide de su niñez. El niño que narra va evidenciando poco a poco que su vida cambia, sus pensamientos, sus intereses y que tiene que cambiar su rol poco a poco hacia lo inevitable, la juventud, con todo lo que conlleva ya que el conocimiento del mundo acarrea otras responsabilidades. Por eso cuando es llevado al calabozo de la policía por no tener papeles, se evidencia que la sociedad ya no lo ve como un niño. A esto podemos añadir los amores, las traiciones de los amigos, que lo van colocando en otra esfera; ya para él los juegos de vaqueros, de carritos, se quedan cortos frente a las niñas que quiere, es decir, ¿cómo conquistar a sus amores platónicos jugando a los vaqueros? es acá cuando su rol de niño necesita cambiar, pues sus intereses están puestos en otra parte.




LOS OBJETOS TIENEN HISTORIA

La pérdida de la antioqueñidad, nacimiento de lo paisa, es algo que plantea de cierta manera la historia, pues recorre esos negocios de antaño en Guayaquil, en donde la palabra era respetada, casi ley. Esos negocios que hace Mejía y que lo llevan a la bancarrota de alguna manera nos hablan de otra época, que la palabra era respetada antaño, pero que esta ciudad ahora “moderna” trae consigo otros valores, o mejor dicho, deja de lado otros valores, para privilegiar el valor del dinero, la estafa, el vivo que vive del bobo, dicho de otro modo, el valor de la palabra junto con otros valores se transforma, se ve como de otro tiempo. Cuando aventuramos afirmar que nace lo paisa, es precisamente la imagen estigmatizada del paisa que en otras latitudes se caracteriza por lo creativo, lo berraco, lo animado, pero también por su capacidad para “tumbar” al otro, para robarle, aprovecharse precisamente de la buena fe de su prójimo.

El nuevo negocio de Mejía (padre) en Guayaquil va a estar cargado de objetos que vienen contando otras historias, objetos con cicatrices dirán algunos. Las vitrinas tienen historia, porque pertenecieron a alguien que otrora se divirtió llenandolas de mercancía, el Vasco dirán unos era su dueño. El lugar mismo perteneció al Judío, prestamista que con su fracaso es presagio del nuevo negocio. Sí, los objetos, los lugares tienen historia, a veces cíclica, indetenible.

Hablamos de Guayaquil como un personaje más, con su unión entre lo rural y lo urbano, escuchamos algunos temas musicales que constituyeron la “banda sonora” de algunos episodios de la historia, como las ensoñaciones de Mejía con Evalú.  Los asistentes referencian el cuento “Sola en esta nube”, de Oscar Castro García, un monólogo de una prostituta que habla sobre sus tiempos en Guayaquil, en los que se codeaba con gente muy importante de la ciudad y el país.

CONCLUSIONES

En definitiva, El cine era mejor que la vida es una gran historia cargada de un ambiente melancólico que recorre la ciudad de Medellín en los años sesenta y las transformaciones de su gente al tiempo que vemos cómo se transforma la ciudad para darle paso a la modernidad y junto con ella a sus gentes.

Este libro para el grupo de lectura generó muchas preguntas alrededor del Medellín del pasado. La historia de Medellín se cuela en estas páginas para permitirnos caminar por las calles un poco empedradas, empolvadas de un Medellín que sobrevive en el recuerdo, en las páginas de este y otros libros que se resisten a olvidarla. Medellín es así, a veces cruel, a veces descuidada, olvidadiza, pero sobre todo nostálgica en las palabras de quienes la recuerdan llena de tangos, boleros y poemas.

En cuanto al estilo narrativo de Juan Diego algunos integrantes del club manifestaron notar una influencia estilo monólogo, del que Faulkner fue un máximo exponente. También hablamos del oficio de escribir y de ser escritor, a partir de una entrevista vista en video hecha a Juan Diego.

Hablaron de las tensiones con la paternidad, tan comunes cuando se es niño y adolescente hombre, y del cine como refugio en aquella época (décadas de los 50 a los 70) , mucho más que ahora. También de cómo el cine impone modelos de vestir, de vivir, de ser, y desde esta perspectiva cómo influenció en Medellín aspectos como el vestuario, la música, el peinado, entre otras formas de vivir y expresarse.

En algunas conversaciones hablamos sobre anécdotas de la vida de los integrantes que se conectaban con algunas escenas del libro, detonadas por este, algunas configuraciones familiares, rasgos característicos de miembros de la familia evocados por los personajes de la novela, o de uno mismo como lector, presentes en ellos como espejos, recuerdos de infancia, entre otros asuntos.

También de los juegos realidad - ensoñación que permanentemente atraviesan la novela, y que determinan mucha parte del carácter de los personajes.

AL RESPECTO DEL ENCUENTRO CON JUAN DIEGO:
Impresiones de los asistentes:

Muy buen orador. La unión del personaje padre dio a entender que el club no se había equivocado en su lectura al intuir que el personaje de Mejía el papá del propio Juan Diego. El habla de la cercanía del lector y del autor, repetía el no generar esa pleitesía hacia el artista, y eso le parece bien a los lectores porque genera mejor afinidad y una relación más profunda con la obra literaria.

Es muy familiar, provoca leer su otra obra, en la que él hace una radiografía de Rodrigo Saldarriaga, director del Pequeño Teatro y se reconcilia con él. Surgió la pregunta de si era verdad que en Cali y en Pasto hay otros teatros parecidos al Teatro Junín, hechos por el mismo arquitecto.

Siempre sorprende estar con los autores. Juan Diego fue generoso en compartir información, muy abierto a compartir cosas íntimas y muy personales, muchos quedaron antojados de leer “Soñamos que vendrían por el mar”.





martes, 10 de julio de 2018

LAS HORAS MUERTAS EXPELEN SU OLOR A TEDIO



LAS HORAS MUERTAS EXPELEN SU OLOR A TEDIO




El aburrimiento penetra lentamente las paredes de mi cuarto, sus grietas, sube a través de los dedos y se confunde con el sabor a tierra de las horas muertas sobre la cama. Suenan gotas de lluvia tras la ventana, allí  solo veo  bruma, y ese frío helado del tedio penetrando la piel. Claro, ella no llega y tal vez se olvidó de la hora. Ana está en todo, la veo en cada rostro de mujer que pasa, la veo al final de la esquina, en el Metro, en el restaurante, pero no llega. Imagino que el gallinazo en el techo viene a buscar las horas que expelen su olor a tedio. Una pequeña luz se enciende y veo a Bernarda, ese personaje de uno de los cuentos de José Ardila, o tal vez la imagino. Quiero preguntarle si es verdad lo que se cuenta de ella, si en realidad está muerta.


Este libro de José Ardila está dividido en cuatro partes y tres formas del tedio. La familia es una forma de esa masa informe que sigue trepando, ahora por el cuello, duele, es pesada, maloliente, gotea  su forma oscura. Se esparce hasta provocar el vómito, o acaso esa imagen se cuela tras mis ojos como cientos de pequeños gusanos y veo, o creo ver que el tedio tensa la cuerda entre la madre y su pequeño hijo que sufre. Pasan cientos de horas y crece como una enredadera hasta que su soledad llena la habitación completa al lado de su madre. Papá ya no recuerda cómo hablarle a su hijo, Aló, Aló, dice en un intento de soslayar la distancia, Aló, Aló, ¿Por qué no le cuelga, por qué no desecha la voz torpe de su padre tras el teléfono? Imposible deshacer el vínculo, el recuerdo de que aún es su padre.


José logra crear un pequeño universo donde la realidad se va fundiendo, se amalgama con esa atmosfera de la ficción, donde todo es posible. Quedan un montón de inquietudes, dudas, datos faltantes, que adentran al lector en la historia como un personaje más que intentan abrir la puerta, subir las escaleras, gritar, en fin, todo lo que sea posible para escapar al tedio, para saber si Ana va a volver, para intentar llegar temprano al trabajo, para escapar de una casa infestada de gatos.


En esta primera parte en el libro de José Ardila, el tema de la familia junto con todos sus desaciertos flota entre una serie de cuentos que recuerdan las tensiones, las situaciones no resueltas, la dificultad que engendra pertenecer, hacer parte de una familia, ser hijo, padre, madre, hermano.


Ana, ¡llámame!, ¡háblame!, ¡mírame!, ¡recuérdame! La segunda parte del Libro del Tedio abre sus ojos oscuros a una de las formas del tedio más potente: El amor. Ana es ese personaje que encarna la Ana (el amor) de todos. El amor nos invita a compartir espacios con desconocidos, Ana es en principio la frase de Borges “verla no daba sueño” y esa frase está soldada al recuerdo. No quiero mirar a Ana y quedar preso del hastío, del tiempo. Tal vez fue mejor quedarse en el andén a esperarla, así puedo seguir imaginando su olor, su cabello largo, su piel blanda, sus besos, su cuerpo, el sabor de sus ojos. Ana es ajena a esta invención, dicen que es feliz, con su esposo, sus hijos, su casa. Todo eso intuimos de los cuentos en donde esta mujer aparece casi que como imagen ingrávida, no sabemos si existe o es invención, sueño, del personaje que sufre o padece su ausencia.


El amor como forma de tedio se camufla de muchas formas; en esos asuntos que acompañan a las personas que amamos, como un polo a tierra en formalismos, la mudanza, la ida al cine, la comida, el tiempo en el baño, la espera.


¡No,no, no, no, no puedo salir de aquí, este tumulto y esa voz pidiendo no apretar botones me desespera! ¿Y la idea del triunfo, del éxito que me vendió esta ciudad, este país, la universidad, qué? Nadie dijo que fuera a ser fácil.


Asfixiado, sofocado por el olor del tedio, el calor de la soledad entre la multitud, las horas perdidas,  intento abrir espacio para respirar y entrar en la tercera parte del libro (de las formas del tedio), el recuerdo de Ana se arrastra, agazapado, escondido, oculto. Yaaaaaa... logro respirar, e intento olvidar a Ana… ahora, sí… les puedo seguir contando: La tercera forma del tedio en el libro es El trabajo. Esta tercera parte trae algo interesante, y es una historia que ocurre en el Metro, el sonido de esa vocecita que anuncia las estaciones moviliza el libro que tengo entre las manos y decido bajarme en esta estación para colocarme la pijama y entrar en el centro comercial y olvidar, escapar de eso que soy o intento ser. Alguien grita mi nombre !John¡ !John¡ corro, finjo no escucharlo. Y es que esta última forma del tedio, me lleva a recordar los nervios del primer trabajo, pero también la necesidad, la suposición de necesitar, de convivir, de intentar no ignorar, de evitar ignorar a los compañeros de trabajo, al jefe, al interventor. De intuir que los demás también sienten ese nerviosismo, que tienen también la necesidad de escabullirse, de escapar, de ocultarse, de quedarse en silencio, de solo mirar.  



El libro del tedio es una pequeña joya, un conjunto de cuentos que desborda imaginación, técnica narrativa, sencillez, todo eso que es tan difícil de lograr y que me recuerda lo que un escritor tal vez dijo: “un buen cuento es como un buen traje al que no se le ven las costuras” las costuras en este caso equivalen a la técnica narrativa, que está tan bien trabajada que nos sorprende, pasa de manera sutil sin levantar sus patas.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

EL HOMBRE Y SUS SÍMBOLOS


SOBRE EL HOMBRE Y SUS SÍMBOLOS CON FERNANDO HOYOS



El sábado pudimos explorar el terreno de los sueños, iluminando apenas un poco el gran sonido de la oscuridad con apenas una débil llama. Una gran sombra nos seguía lenta, mientras, sufrimos la inclemencia de caminar frente a la tormenta, la lluvia, el barro y a veces algo de nieve que nos cegó hasta el punto de querer detenernos, pero la enorme noche terminó cuando abrimos los ojos al sueño.
Nuestro invitado deambuló entre sueños, a veces incomprensibles, pero con una leve claridad en relación con los seres que amamos, se nos aparecen en casi todos los sueños, intentan decir algo, intentan que escuchemos.

Así, Fernando Hoyos (psicólogo) caminó junto con nosotros entre el bosque de Arquetipos que florecen en las palabras de Jung.
Para iniciar, un pequeño sueño de Jung se abre paso entre nosotros sumergiéndonos lentamente en la sombra, el sueño, la pequeña llama.


―Era de noche en algún lugar desconocido. Yo estaba realizando una lenta y penosa caminata con un fortísimo viento que venía de frente. Había mucha niebla alrededor mío. Tenía mis manos protegiendo una débil llama que amenazaba con apagarse en cualquier momento. Todo dependía de que yo mantuviese esa pequeña llama viva. De pronto, tuve la sensación de que algo venía detrás de mí. Volteé y ví una gigantesca figura negra que me seguía. En ese momento estaba consciente, dentro del terror que sentía, que yo debía mantener viva la llama y alejada de los peligros, a pesar de la noche y el viento‖. (Jung, 1962)
Sigue Jung:
―Al despertar me dí cuenta de que esa figura era un espectro del Brocken, mi propia sombra en las tinieblas, que se ponía en evidencia por la pequeña llama que yo portaba. También supe que esa pequeña llama era mi conciencia, la única luz que poseo. Mi propio entendimiento es mi único y gran tesoro. Aunque infinitamente pequeño y frágil en comparación con los poderes de la oscuridad, sigue siendo mi luz, mi única luz. (Jung,1962)


De este sueño podemos pensar muchas cosas, que somos nuestros propios enemigos, nuestros propios protectores. La sombra que seguía a Jung en su sueño no es un enemigo, al contrario, la sombra, su propia sombra existe porque hay luz, esa luz que él mismo proyecta. Este sueño es lenguaje, porque no podemos acceder a los sueños de otra manera, es decir, si lo queremos comunicar. ¿Si no fuera así, entonces cómo? Los sueños son eso que contamos, o acaso inventamos, pero son palabras. Convertimos en palabras las imágenes del sueño, somos arquitectos del lenguaje.


El sueño para Jung, como para muchos de nosotros, también es una forma de revelación. Hacemos consciente el sueño, cuando podemos hablar de él, escribirlo, dibujarlo, permite volver a recordar, e incluso a ver detalles que habíamos pasado por alto. Esto gracias a que Jung trabaja en su propio sueño, es decir, le pregunta cosas. Muchos soñamos cosas interesantes, pero las dejamos en el olvido, caemos en las cosas de la cotidianidad y olvidamos preguntarle a eso que nos habla, preferimos evadirnos, dejarlo de lado y esas cosas vuelven al olimpo. Sin embargo, esas cosas (inconsciente), se revela, se muestra de otras formas cuando necesita mostrarse, darse a conocer, hablarnos. A veces esas formas se convierten en patologías, precisamente por pretender ignorar eso que no sabemos qué es, pero está ahí, evadiendo la luz, oculto.


Así que en este ejercicio Jung se da cuenta en algún momento que aunque sueña, sabe que sueña, su consciente está despierto, atento. Se da cuenta que esa luz existe, tiene un momento de epifanía, descubre que  emana de sí mismo. Eso que le pasa a él, nos pasa a todos todo el tiempo. Cuando nos damos cuenta de una verdad sobre nosotros mismos y la abrazamos, eso es una epifanía (dicen los sicologos), una verdad oculta, que se revela a través del inconsciente en este caso. Pero para abrazar la verdad hay que estar dispuesto, así duela, así no queramos, así esté oculta.


El sueño está para nosotros, para cada soñante, con esto podemos decir que somos el espectador, pero también el director, el productor, todo. El sueño acontece para cada soñante. Por esto el tiempo psíquico es otro. Eso que tenemos la sensación de haberlo soñado hace años, para la psiquis es tal vez un pestañeo. Esa ambigüedad del tiempo compartido, con el del sueño, nos abre una puerta para pensar la relatividad del tiempo, ¿existe el tiempo? Bueno, pero de los temas importantes de Jung en relación con los sueños son los arquetipos y cómo se muestran a través del sueño. También es importante aclarar que la teoría que construye Jung está enmarcada dentro del mundo de las ideas, las teorías. No es una verdad, o la verdad. Esto para invitarlos a acercarse de manera desenfadada a esta y acoger lo que nos interesa, lo que resuene en nosotros a partir de lo que leamos de la fuente primaria “El hombre y sus símbolos”. Los arquetipos entonces nos van a ayudar a entender asuntos que según su teoría se repiten en el inconsciente colectivo, como: Los mitos, las leyendas. Esos asuntos terminan por convertirse en cosas que se repiten y por medio de las cuales podemos adentrarnos lentamente en el inconsciente tanto personal como colectivo, pero nombrandolas, usando el lenguaje.

Esta primera charla nos dejó como siempre muchas preguntas, pero también muchas claridades. Por ejemplo: ese asunto adivinatorio que cubre la idea de la interpretación de los sueños y que estos dos sujetos, Jung y Freud, advierten, no interpretan sueños, más bien, relatos de sueños y en relación con el que cuenta. De nuevo la singularidad, cada uno es único y de allí la idea particular de cada sueño y su relato en relación con la historia de vida. Por tanto, no caben las generalidades a la hora de hablar de un sueño. Los dejo y espero continuar con esta conversación más adelante.

martes, 20 de junio de 2017

AHORA SOLO QUEDA LA CIUDAD


Las ciudades configuran lo que somos, nos enferman. La idea neoliberal frente al triunfo es una mentira. Padecemos la ciudad y su enfermedad dice Cristian, mientras mueve sus brazos a manera énfasis alrededor de su cien.



La rareza nos acompañó el sábado; los cuentos de Ahora solo queda la ciudad deseaban ser otra cosa, pero nadie supo qué. Pensábamos ingenuamente que Cristian podía ayudarnos con aquellas dudas que se gestaron en las historias que leímos, ¿quien se lanza al río en el cuento El cadáver? ¿Acaso el cadáver es un producto de la esquizofrenia del personaje, o por el contrario es latente en el cuento la  indiferencia de la ciudad? No lo sabemos. En estos cuentos todas las hipótesis son posibles, ya que en este universo el lector es partícipe. La invitación del autor, es a llenar los vacíos, a continuar las historias, a ser parte de este universo postapocalíptico.

Cosas similares ocurren en cuentos como El niño sin brazo, o Podría ser la hija perfecta o Entre los rieles, cuentos que comparten ese extrañeza sicológica. Pero como ya sabemos, nos enfrentamos a un universo donde podemos hablar con la hija perfecta, o quién sabe, tal vez  perdernos entre los rieles, buscando eso que tantos intentan ignorar. Si desaparecemos, nos pueden buscar cerca a los rieles, allí estaremos esperando media eternidad, junto al hombre que camina entre las paredes.



Imágenes que son palabras...

Indudablemente la comunicación audiovisual le sirvió a Cristian para poder pulir su estilo y fortalecer su habilidad para crear imágenes con palabras, esa genialidad nos transporta a escenarios que son tópicos del género fantástico, aunque con una mirada local. En cuentos como Familia o Ahora solo queda la ciudad, o Más allá de las ruinas, deambulamos por esos universos del mismo modo en que lo haríamos en el cine, ¿cómo explicarlo?, no hay manera, solo queda leerlo, leer los cuentos que nos llevan a un mundo enfermo, enrarecido, decadente, agonizante. “Hoy día intentar separar el cine de la literatura es muy difícil” dice Cristian. Además de que otros formatos narrativos lo han explorado, como lo hace el cómic por ejemplo. La literatura hoy día es sobre todo imagen, algo que tiene que ver con nuestro momento histórico, pero también con ese continuo explorar del arte; la literatura no escapa a esto y encontramos géneros que se van convirtiendo en una amalgama de lenguajes artísticos.



La ciudad personaje, la enfermedad...

La ciudad es un escenario supremamente complejo, máxime cuando es idealizada por quienes vienen de fuera, de lugares como lo rural. Esa ciudad como promesa de progreso a veces se transforma en un monstruo para quienes llegan. Esa idea de la ciudad como organismo le interesa a Cristian, así ya esté un poco obsoleta en el género (otros han trabajado la misma idea), o la ciudad dentro de la ciudad, como las matrioskas rusas. Así que, cuentos como Ahora solo queda la ciudad abordan un poco esto, la ciudad que destruye todo lo que somos, la ciudad que nos enferma.



El accidente en La Vuelta al mundo en 80 días...

Julio Verne es uno de esos escritores que se le aparecen a los jóvenes al igual que Stevenson o Salgari, tal vez porque la aventura, o el interés por conocer más allá del lugar donde viven, o mejor, la idea de que más allá de ese lugar la vida es fantástica, es una idea que acompaña a muchos jóvenes. Viajar alrededor del mundo es interesante, pero hacerlo de la mano de Phileas Fogg es increíble, encontrarse en una isla en medio de la nada en busca de un tesoro es maravilloso, o ser un corsario y recorrer el mar en medio de lugares exóticos y desconocidos lo es aún más.

Ese atractivo tienen los libros, pero Cristian encontraría otros que lo enrutaron a escribir; Blade Runner, esa película de Ridley Scott basada en el libro de Philip K. Dick Sueñan los androides con ovejas eléctricas, va a detonar en Cristian la idea de que a través de la literatura se puede crear cualquier universo. La brutalidad de de esos autores lo llevó a pasar de la literatura de aventuras del siglo XIX a autores como Edgar Allan Poe, Stephen King, Lovercraft, Willie Dixon.

Llegar a Medellín le permitió a Cristian ver mucho cine de ciencia ficción, y con él conocer a otros autores como Ray Bradbury,  y darse cuenta de los alcances de la imaginación. Esa renovación a Cristian le permite sentir que la libertad, el poder de hacer cualquier cosa, se puede lograr a través de la literatura.



El nombre del mundo es bosque
Las recomendaciones no faltan, Ursula le Guin con La mano izquierda de la oscuridad, o El nombre del mundo es bosque, esa ciencia ficción de los 70 que sobrepasa el tema de la ciencia ficción dura y que llega a la ciencia ficción política, escrita por otro tipo de personas que no eran científicos, que venían de la ciencias humanas, haciendo una ciencia ficción más social. Comienza a haber una serie de temas que antes no había, el sexo, la religión, la droga, miradas más experimentales en la estética del lenguaje y las historias que en el género no había hasta entonces.

Visiones peligrosas, de Harlan Ellison, son dos tomos donde el autor hace una antología de autores de la nueva ola de la ciencia ficción, todos esos temas de los que hablamos antes. Esas nuevas voces se encuentran allí en aquellos libritos azules, muy baratos que se pueden encontrar en las bibliotecas públicas de la ciudad.

La ciencia ficción o fantasía latinoamericana

Después de pasar por la ciencia ficción de los años sesenta, nos encontramos en américa hablando un poco de esos autores latinoamericanos que exploran el género de la fantasía y lo fantástico. Fantasía a la manera de García Márquez, pero también a la manera de Cortázar, donde aparece la extrañeza, pero las personas en su cotidianidad la asumen como algo natural o normal, el caso de Carta a una señorita en París de Julio Cortázar, donde vomitar conejitos se asume con naturalidad, o Casa Tomada, donde algo se toma la casa, pero los niños se van adecuando a esa realidad. Otros autores son Felisberto Hernández, con La ventana, o muebles el canario, o El balcón, Encendimos las lámparas, o Mario Lebrejo. Adolfo Bio Casares, con La invención de Muriel. Un escritor un poco desconocido es René Rebetez, representante de la ciencia ficción colombiana, un viajero que en México funda una revista, los Argonautas, aunque hizo toda su obra en México, termina en San Andrés y Providencia, libros como Amanecer y otros relatos, cuentos de amor y otros relatos, son algunos de sus libros, muchos críticos colombianos no lo han querido explorar. Otros autores colombianos como Germán Espinosa en su primer libro de cuentos tiene ciencia ficción La noche de la Trapa. En México Carlos Fuentes con Aura. Muchos, pero para iniciar estos pocos que ya mencionamos.

La extrapolación de la ciencia ficción

Cristian nos habla un poco de su idea de la ciencia ficción, no como algo que predice el futuro, si no más bien como un ejercicio narrativo que tiene como tiempo el futuro, como pretexto para hablar del presente. Cuando uno lee ciencia ficción lo que estamos leyendo realmente es el momento histórico de esos autores, a pesar que la historia ocurra a quinientos millones de años luz de la tierra.

El niño sin brazo


El cuerpo como territorio, pero también como objeto de exploración, aparece en este cuento de Cristian. Una historia extraña sobre alguien que perdió un miembro de su cuerpo y que todavía lo siente,  detonaron en Cristian la improvisación sobre el papel, cosa que logró darle vida al cuento El niño sin brazo.
La extrañeza aparece de nuevo, pero también la inquietud frente a las extensiones del cuerpo que para algunos son molestas. Así como alguien siente su brazo a pesar de no tenerlo, otros desean quitarse uno de sus miembros porque piensan que no les pertenece, que son de otros. Esa extrañeza, es la que envuelve este cuento que también deambula en el terreno oscuro de la demencia.
Como ya lo expresó Cristian, una familia que decide adoptar un brazo como si fuera un niño no es tan raro, en este universo donde el lector hace parte de la historia quedamos con un montón de preguntas. La invitación al final entonces, es leer los cuentos de Cristian y que ustedes me cuenten cómo les parecieron, les gustaron o no.