sábado, 11 de agosto de 2012

JORGE LUIS BORGES Y EL LIBRO DE ARENA


El sábado 11 de agosto la conversación giró en torno al cuento “El  libro de arena” del escritor Jorge Luis Borges, me disculpo de antemano si algo se me pasa, pero soy esclavo de mi memoria que no siempre es buena.

Los libros son como la vida, no sabes que te sucederá al abrir una página, no sabes qué historia te va a tocar. La incertidumbre nos acompaña siempre y si asemejamos esto a un libro infinito como la arena, podemos decir  que la vida se construye sobre la base de sueños que no siempre se cumplen, no somos más que pasajeros de nuestra existencia.

El libro de arena además es una metáfora del conocimiento humano, es decir, un libro que posee todo el conocimiento, de tal forma que para quien lo posee se convierte en un lastre difícil de sopesar, tanto así que el extraño personaje que desea venderlo a Borges, sabe que queda en las mejores manos (Tal vez las de él mismo) y esto le permite además de sobrecogerse frente aquello que pierde, guardar la esperanza de volver a intentar una empresa imposible, en un ciclo que deberá repetirse infinitamente. Para algunos el extraño vendedor era el mismo Borges; tal vez más viejo, pasajero del tiempo futuro, que al reencontrarse consigo mismo, abre el espacio para hablar sobre la idea del doble (alter ego) que deambula en los cuentos de Borges, Borges y yo, Borges el hacedor, el escritor de su propia historia, del Borges como personaje literario.

Cuando intentamos imaginar un libro infinito, un libro de todos los libros, nos queda imposible. El extraño vendedor advierte sus dudas al respecto, estará loco, alucina, o simplemente al igual que nosotros ¿queda consternado frente a algo que lo supera? Al parecer el desasosiego lo lleva a tomar la decisión de vender algo tan preciado “conocer duele” diría Pessoa “así quiero entenderlo” - en palabras de Hugo - indudablemente esta tal vez sea la respuesta, un simple mortal está incapacitado para poseer un don divino, lo infinito sólo está destinado a los dioses.

Otro elemento importante durante la conversación fue la pregunta por la India, por qué Borges la nombra, ¿esto le da verisimilitud a la historia? Alberto nos hace caer en la cuenta que aunque las matemáticas tienen sus orígenes en la antigua Grecia, en el oriente antiguo (Mesopotamia y Egipto), también tuvo un gran desarrollo en la India  antigua, antes de Cristo. Al parecer el gran desarrollo intelectual se debe en gran medida a la navegación, estos pueblos en el mediterráneo tenían un flujo constante de mercancías y también de conocimiento de otras culturas. Todo esto demuestra nuevamente que Borges es un arquitecto de la escritura, no hay elemento que sobre, por el contrario, cada elemento en el que nos detenemos fortalece la estructura de la historia.

Cambiamos cada vez que leemos un libro. ¿El libro infinito lo es por qué recoge todo el conocimiento del mundo y cada vez que lo abrimos sabemos que al cerrarlo nunca volveremos a esa página? O ¿el libro infinito es la imposibilidad de hacer siempre la misma lectura? Estas preguntas llegan a la mesa cuando hablamos de cómo cambiamos a cada minuto, después de una buena lectura ya no somos los mismos, lectura del mundo, recuerdos, miradas. Es posible que Borges intuyera esto, el decía que se sentía orgulloso, no por lo que había leído, si no por lo que había releído. La reflexión de Alberto nos lleva a recordar que nunca fuimos los mismos, que el niño que se fascinaba con la motocicleta al llegar por primera vez a la ciudad o el que leía historietas con el ánimo de ganarle a sus amigos en el número leído, ahora es solo un recuerdo, esas historietas no nos contaran la misma historia si las releemos diez años después, esos libros de juventud ya no emocionan de la misma manera, ahora hay nuevos autores que leer y otros que olvidar.

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