El poeta es sobre todo un ser
que piensa, el que piensa también puede escribir un poema, el poeta reflexiona
sobre la sociedad en que vive. El poeta no es un misterio, o un personaje que
pretende a ver resuelto el misterio dice William Rouge frente a la pregunta
sobre qué conexión tiene Nacer en Rojo,
su último libro con México. El sábado hablamos con William Rouge sobre su
último libro, esta fue una bella conversación en la que el poeta leyó algunos
de sus poemas y nos habló del ejercicio creativo que le habita.
Y es que un poeta como Octavio
Paz logra a través de su ejercicio poético todo eso que le gusta al William.
Pensar el mundo desde lo que es, un mexicano. En su libro El laberinto de la soledad Octavio Paz se sobrepone a la soledad a través
de la reflexión filosófica, puesto que logra extender su reflexión hasta lo que
significa la soledad en el latinoamericano, ya que el mexicano y el colombiano
no están lejanos en nada, más bien, se acercan en una hermandad primigenia que
nos une irremediablemente.
El poeta puede crear poemas
que son teatro, música, una obra de arte. El poeta crea mundos. El poema
como camino, al igual que la poesía como
camino. William nos sobrecoge con una multitud de ideas que se hilan en torno
al poema, a la poesía y su idea de poema. Incluso queda resuelta la inquietud
sobre el premio nobel otorgado a Bob Dylan, puesto que desde la idea de
William, antes que la literatura existió el rapsoda. Bob Dylan es una especia
de rapsoda contemporáneo. La academia al premiarlo, está reconociendo de alguna
manera que el arte en general es poesía y que la forma es mero artilugio.
Lo único que debe hacer
alguien que busca la belleza es poesía, descubrir poesía, no importa si es
cuento, crónica, novela, cine, danza, poema. Desde este punto de vista, lo que
entendemos como estética en el arte, es decir, el artista es en cuanto crea eso
que antes no existía. Desde este punto de vista William define el arte, la
capacidad creadora como poesía. Eso que hace a la obra de arte, arte. Uno llega
al mundo a hacer poesía, o dígale a Frida Khalo que no es poeta, ella creó un
mundo nuevo con el lenguaje de la pintura, eso es poesía, dice William Rouge
recordando sus viajes a México.
Después de una introducción
sobre la poesía que decantó un poco lo que pensábamos de ella, es el momento
para leer algunos poemas de Nacer en Rojo,
que nos tocan con su humedad.
Ella no se me seca
Ella
no se me seca. Me sigue lloviendo en la palomera
de
mi cabeza. Me repite la guitarreante lluvia
que
practicaba en mi cuerpo, y me consolaba
ella
con sus ríos.
Me
consolaba con Río Lerma. Me consolaba con
Guadalquivir.
Me atravesaba el rostro con el Tigris
y
el Danubio. Esperaba su lluvia leyendo La
Jornada
en la farmacia de la esquina como si allí
me
pudieran parar todo el diluvio. Es que no había
torniquetes
para la lluvia que me desangraba los
viajes
desde las Colinas del Sur hasta Diana la
Cazadora,
y yo sabía que muriendo en Reforma
no
escamparía jamás aunque del otro lado los ríos
me
guardaran la espalda, y al frente estaría un paisaje
de
finanzas sin bancos para el corazón que ya
se
me había hundido antes de llegar a Río Neva.
Y
el asunto era nadar hasta el Metro Insurgentes,
llegar
con lluvias a Venecia con Liverpool, donde
se
me vendría la sangre de tanta lluvia al ver a
Lennon
pidiendo limosna con un perro amarillo
y
más mojado que yo, pero a la iglesia no quise
entrar,
me quedé con mis hermanos mojados emparamándome
lo que ella no alcanzó.
El ejercicio poético también
es un juego, un juego de lenguaje que nos permite imaginar una mujer que es
agua, rio, lluvia. El poema Esa mujer sabe llover, también nos introduce en ese
ambiente húmedo que es la tercera parte de Nacer
en Rojo.
Esa mujer sabe llover
de
lloviznita a tifón algo aprendió
Me
llueve afuera del Metro
me
anega en los últimos vagones
sin
besarla yo me encharco
Yo
voy lloviendo como si viniera
Yo
voy lloviendo como si regresara
Llovizna
ella y se encharcan los teléfonos públicos
me
enlodo la ciudad de sus aguas para cantarle
en
su estanque
a
fondo me hago en su alberca
profundo
nazco en sus aguas
potable
muchacha
incisiva
y filosa
me
muerde como la lluvia cuando no se le conoce
el
nombre
Picotazo
de lluvia ella que no sabe qué muchacha es
pero
me dentellea el pecho y no sé decirle su país
pero
se me hinca a la garganta y no sé cantarla
Lo
mío será dejarla llover
ser
llovible y llevable
Lo
mío será obedecer a su boca
y
pasearme fluvial por sus perímetros
como si fuera a concebir un viñedo muy adentro
El poema también es crónica.
Tumbas y aviones es un poema que recoge parte de la niñez de Rouge, pero que ante
todo es música al leerlo, pasan los años al escuchar cada párrafo, como en una
película en la que los días en que íbamos a ver aviones se confunden con las
historias que dibuja el poema. El libro de William es una especie de tríptico en
el que el licor, el agua, la crónica se entretejen ocultando el trazo,
esquivando el ojo atento.
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